¿Conoces la obra Amor de Milov situada en Odessa, Ucrania? Esta maravillosa escultura invita a que reflexiones acerca de cómo apagamos al niño interior. Y a cómo este aparece iluminando cuando nos dejamos llevar por los resentimientos.
Amor es la palabra que el escultor ucraniano Alexander Milov eligió para bautizar a su obra de arte, esa que no ha dejado indiferente a nadie que haya tenido el privilegio de verla. Esta escultura muestra a dos adultos hechos de alambre colocados espalda contra espalda, cada uno con su niño interior intentando alcanzar al otro.
Esta escultura, de 8 metros, dejó verse por primera vez en el Burning Man Festival celebrado en Estados Unidos en el año 2015. En este encuentro entre artistas se presentaron miles de obras de arte entre las que Amor llamó especialmente la atención. Y no es de extrañar.
Amor nos enseña una escena de conflicto entre un hombre y una mujer reflejado por las jaulas de alambre que les envuelven. Lo conmovedor llega desde el interior de esos cuerpos: la inocencia que ambos llevan dentro y que parecen haber olvidado.
Cómo dejamos de escuchar a nuestro niño interior
El espectáculo no se queda solo en la estructura de Amor ya que, para sorpresa de los espectadores, la imagen adquiere un sentido adicional: según se acerca la noche los niños interiores se iluminan. Esta singularidad inesperada consigue envolver al espectador en un halo de reflexión ineludible.
Con la llegada de la oscuridad, los duros y rígidos alambres quedan en un segundo plano dejando el protagonismo absoluto a los niños que llevan en su interior y que se niegan a separarse. Se niegan a que la verdadera naturaleza del ser humano, que es la de amar, sea vencida por el resentimiento.
Ver a los dos niños iluminados tratando de alcanzarse puede interpretarse como una señal, como un botón de alarma que nos dice “basta”. Estos niños interiores cobran vida cuando fuera está oscuro, de forma que ilumina lo que la mente del adulto no le permite ver.
Según el artista, la luz toma el significado de la pureza, dejando espacio a la oportunidad de solucionar nuestros conflictos. Y es que, en la infancia todo es más sencillo. Los problemas no son importantes si queremos estar con la otra persona, con sólo un acercamiento basta para perdonarse y volver a estar bien. Esto parece que con el paso de los años se nos va olvidando y vamos dejando paso a sentimientos que no llevan a ninguna parte. El orgullo, la vergüenza, las responsabilidades… nos separan de los demás y de nuestros propios sentimientos.
«La luz representa la pureza y sinceridad que une a la gente y da la oportunidad de arreglar las cosas cuando llegan tiempos oscuros».
Alexander Milov
Tu niño interior nunca deja de brillar
La esperanza y la inocencia surgen desde nuestro interior, justo donde vive latente la verdadera naturaleza del ser humano; esa que parece perderse según nos vamos haciendo mayores. Esta escultura es una forma maravillosa de representarlo: somos una jaula de metal en cuyo interior queda atrapada la bondad de nuestro niño interior, ese que hace tiempo que no vemos.
En el interior de esa armadura queda lo más puro y más sincero del ser humano, eso que brilla cuando llega la noche y que brinda a las personas la oportunidad de arreglar las cosas cuando fuera ya está muy oscuro. Esos dos niños van ganando fuerza según avanza la noche, según se va viendo todo más negro y borroso ahí fuera. Esos pequeños van ganando poco a poco la batalla según se dirigen el uno al otro hasta lograr el contacto físico a través de sus manos.
Una nueva oportunidad para el entendimiento
Quizá sea cierto que los adultos no somos más que jaulas de metal empeñados en querer llevar razón a toda costa. Pero más cierto es que lo único que hacemos con eso es alejaros de nuestra verdadera naturaleza. Cuando discutimos con alguien nos convertimos exactamente en eso, en seres humanos diseñados en forma de carcasa dura y metálica, en forma de dolor y resentimiento, incapaces de cambiar de posición y mostrarnos cara a cara con nuestros iguales.
Y así, nos olvidamos de algo esencial y es que, de manera inevitable, algo nos une. Nos unen esos dos niños que buscan la reconciliación a través de su pureza infantil, como si la fuerza de dos imanes fuera más fuerte que cualquier malentendido.
No importa cómo de grande sea el resentimiento tras una discusión, hay un niño en tu interior siempre estará presente una pequeña luz brillante, llena de inocencia y de amor dispuesta a la reconciliación.
Por: Lic. María Vélez
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